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Somos puentes de Luz que unen la Tierra con el Cielo

Somos puentes de Luz que unen la Tierra con el Cielo

jueves, 24 de noviembre de 2016

AGUAS DEL NUEVO MUNDO







Aguas del Nuevo Mundo
Aguas profundas y azuladas,
renovad mi cuerpo con las energías de la nueva Era.

Aguas de luz, ya iluminadas,
Irradiad vuestro fulgor en mi interior.

Aguas que corren libres por la cascada,
liberadme de mis aguas estancadas.

Aguas que limpian desde dentro,
purificad mi cuerpo con estelas de plata y volutas de vapor doradas.

Aguas aladas,
tocad mi alma con la punta de vuestras alas
para que pueda elevarme en libertad y soltar toda carga.

Aguas ancestrales,
Despertad en mí la sabiduría interna.

Aguas cantarinas,
Favorecedme el don de la palabra justa y acertada.

Aguas llenas de ternura,
que en mi corazón nunca falte ni el amor, ni la compasión, ni la dulzura.

Aguas puras, cristalinas,
sed siempre un remanso de paz para mi alma.
Sed el alimento que mi espíritu necesita.
Sed la luz que brilla en mi pupila,
sed la música que se escucha y suena en mi alma.

Aguas que circuláis en libertad,
Renovad y moved las aguas de mi caldero de mujer para que estén siempre claras y cristalinas y puedan reflejar mis lunas y estar listas para cuando haga falta la madre, la hija, la nieta, la chamana, la mujer medicina, la bruja, la doncella o la  mujer sabia…

Aguas dulces o aguas saladas,
danzad conmigo en mágico y sincrónico movimiento para mantenerme en equilibrio.

Aguas de la Madre Tierra,
ayudadme a transformarme siempre en la mejor versión de mí misma.

©Paqui Sánchez
 ©Paqui Sánchez

miércoles, 23 de noviembre de 2016

LA LUCIÉRNAGA QUE NO QUERÍA VOLAR



La luciérnaga que no quería volar

Adaptación del cuento popular de Tailandia

En un bosque de la exótica Tailandia vivía una numerosa familia de luciérnagas. Su casa era el tronco de un enorme árbol lampati, el más viejo de todo el país. Por la noche las luciérnagas salían del árbol para iluminar la noche con su tenue luz, parecían pequeñas estrellas danzantes. Jugaban entre ellas y creaban figuras en el aire, los pocos que podían ver ese espectáculo por algún casual quedaban anonadados ante tal despliegue de belleza y luces.

Pero no todas las luciérnagas estaban contentas, una de ellas, la más pequeña, se negaba a salir del lampati para volar. Se quería quedar en casa día tras día y pese a que toda su familia la intentaba convencer, ella no quería, le dijesen lo que dijesen.

Toda su familia la miraba preocupada, sobre todo sus padres:

- ¿Por qué nuestra hija no vuela con nosotros? Me gustaría que volara con nosotros y no se quedara en casa – decía su madre.

- Tranquila, mujer. Verás cómo dentro de poco se le pasa y volará con nosotros – la calmaba su padre.

Pero pasaron  los días y la pequeña luciérnaga seguía sin querer salir del árbol lampati. Una noche, con todas las luciérnagas poblando el cielo nocturno del bosque, su abuela se quedó en el árbol para razonar con ella. Con su delicada voz le dijo a su nieta:

- ¿Qué te pasa, mi niña? Nos tienes preocupados a todos, ¿Por qué no sales con nosotros por la noche a divertirte volando?

- No me gusta volar – respondió tajante la pequeña.

- Somos luciérnagas, es lo que hacemos mejor. ¿No quieres volar mostrando tu luz e iluminando la noche? – le insistió la abuela.


- La verdad es que… Lo que me pasa es que… - comenzó a explicar la pequeña – Tengo vergüenza. No tiene sentido que ilumine nada si la luna ya lo hace. No me podré comparar nunca con ella, soy una chispa diminuta a su lado.

Su abuela la miraba con ojos enternecidos escuchándola atentamente, cuando su nieta hubo acabado la consoló con una sonrisa que la tranquilizó:

- Niña mía, si salieras con nosotros verías algo que te sorprendería. Hay cosas de la luna que aún no sabes…

- ¿Qué es lo que no sé de la luna que todos sabéis? – preguntó la luciérnaga pequeña con curiosidad.

- Pues que la luna no siempre brilla de la misma forma. Depende de la noche brilla entera o la mitad. Incluso hay días que sólo brilla una pequeña parte o se esconde y nos deja todo el trabajo a nosotras las luciérnagas.

- ¿De veras? ¿Hay días que no sale? – preguntó la pequeña con la boca abierta por la sorpresa.

- ¡Te lo prometo querida nieta! —continuó explicando la abuela—. La luna cambia constantemente. Hay veces que crece y otras que se hace pequeña. Hay noches en que es enorme, de color rojo, y otros días en que se hace invisible y desaparece entre las sombras o detrás de las nubes. En cambio tú, pequeña luciérnaga, siempre brillarás con la misma fuerza y siempre lo harás con tu propia luz.

Y ésa misma noche, la pequeña luciérnaga salió convencida del lampati con toda su familia a iluminar la noche mientras miraba la luna con una sonrisa de oreja a oreja.


© Paqui Sánchez